La expulsión de los jesuitas de la Monarquía Hispánica en el año de 1767 fue una medida traumática que afectó al devenir histórico de la España americana. Tuvo un impacto negativo y fue el germen de la futuras guerras civiles que terminaron con el imperio español.

Mas de 5.000 religiosos de la Compañía de Jesús fueron alejados dramáticamente de los dominios imperiales, de los cuales más de 2.500 se encontraban en Hispanoamérica y Filipinas, quedando unos 300 en el Nuevo Mundo por estar muy viejos y enfermos.
Fueron detenidos, amontonados en las bodegas de los buques de guerra y transportados en penosas condiciones rumbo a los Estados Pontificios. Solo les fue permitido llevar consigo sus objetos personales y un libro. La pena de muerte pendía sobre sus cabezas si osaban regresar a los dominios de España. Las naves estuvieron navegando muchos días sin rumbo fijo, al no ser aceptadas en los primeros momentos en los Estados Pontificios.
Durante los tiempos de la contrarreforma promovida por la Iglesia durante aquellos años turbulentos del siglo XVI, la Compañía de Jesús se había constituido como una fuerza espiritual de choque del catolicismo contra la reforma protestante. Pero el perfil y fama de sus miembros, como suele suceder hasta la fecha, era el de un privilegiado núcleo de estudiosos, una élite intelectual consagrada laboriosamente al estudio y a la investigación para la obtención de sus metas.
La noche del 31 de marzo en Madrid, de ese año de 1767, y al amanecer del 2 de abril en el resto de la Península, todas las casas jesuitas fueron cercadas por los soldados, clausuradas y sus miembros incomunicados. La medida se había preparado en secreto y ejecutada por sorpresa de forma fulminante. Entre el 2 de julio de 1767 y el 22 de agosto de 1768 también fueron expulsados de los virreinatos de Indias.
El contenido de la Pragmática no aclara los motivos por los cuales Carlos III decidió decretar la expulsión. El texto es premeditadamente poco preciso. El monarca justificaba la medida afirmando que la adoptaba porque «… me han expuesto personas del más elevado carácter: estimulado de gravísimas causas relativas a la obligación en que me hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia mis pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias que reservo en mi real ánimo; usando de la suprema autoridad económica que el Todopoderoso ha depositado en mis manos para la protección de mis vasallos y respeto de mi corona…«.
Es llamativo el papel desairado que en todo este asunto se hizo desempeñar al Real Consejo de Indias, por el que normalmente se gobernaban todas las cosas de América, así las de paz como las de guerra. No se exploró el parecer de aquel sabio Tribunal sobre los daños é inconvenientes que pudiera acarrear medida de tanta trascendencia, como arrancar de pronto de las posesiones del Nuevo Mundo a más de 2.500 religiosos destinados por su vocación al ministerio de las misiones y a la educación, y cuya labor en sus tareas de misioneros era reconocida.
El Rey tampoco contó con el permiso del papa Clemente XIII (1758-1769). Sí informó al pontífice de la decisión tomada, inmediatamente después de ejecutarla. El monarca se cuidó mucho de indicarle que los exiliaba a los Estados Pontificios. Tampoco lo sabían los jesuitas. Clemente XIII respondió diplomáticamente, aunque intentó que se revertiera la decisión. Se opuso a que fueran trasladados a los territorios vaticanos por no tener cabida en un Estado tan pequeño, aunque finalmente los tuvo que aceptar. Se negó a disolver la Compañía como le proponían y le presionaban las coronas de Francia, España y Portugal.
Tuvieron que abandonar la Península, Baleares y Canarias 2.746 jesuitas y de su imperio de las Indias salieron 2.630. El papa se vio obligado finalmente a admitirlos en los Estados Pontificios, tras su expulsión de la isla de Córcega, después de que ésta fuera ocupada por Francia.
No terminó aquí el asunto, pues en 1773 el nuevo pontífice Clemente XIV les dará el golpe definitivo pues emitirá un breve papal de disolución de la Orden. Algunos jesuitas españoles, sobre todo los más cultos, al dejar de existir la Compañía de Jesús, se trasladaron a Roma y en la Ciudad Eterna encontraron trabajo como empleados de los obispos o como preceptores de los hijos de los miembros de la nobleza. Su aportación a la cultura italiana fue muy importante y los italianos se beneficiaron de sus altísimos conocimientos. Otros encontraron refugio en el reino de Prusia y en el Imperio Ruso, donde fueron acogidos por sus respectivos soberanos al negarse a acatar el breve papal de disolución de Clemente XIV.
El padre general de los jesuitas, Lorenzo Ricci, y sus asistentes de Polonia, Italia y Alemania serán encarcelados en 1773 en la prisión de Sant Angelo en Roma y tratados como criminales. Los exjesuitas, entonces, se dispersaron por Europa trabajando en universidades o como preceptores de hijos de familias notables, o sirviendo en parroquias incardinados en el clero secular.
Las causas de la expulsión son múltiples y algunas se pueden considerar más relevantes, aunque todas aportaron e influyeron en tan grave decisión :
- Cuestión de fondo: La Compañía de Jesús se funda en 1540 como respuesta a la reforma protestante, distinguiéndose por su defensa del catolicismo y su cuarto voto de obediencia al Papa. A lo largo del tiempo se constituirá en la vanguardia intelectual de las Coronas católicas. La llegada de la Ilustración a comienzos del siglo XVIII va a traer el regalismo que consiste básicamente en hacer prevalecer los derechos inherentes a la soberanía del monarca, sobre los derechos propios de la Santa Sede, chocando el poder de los Estados con el mundo católico y el jesuita en particular.
- Miembros del gobierno y consejeros de Carlos III con pensamiento antijesuita, que fueron los principales promotores de la expulsión y que tuvieron un papel destacado: Manuel de Roda, Secretario de Gracia y Justicia; Pedro Pablo Abarca, conde de Aranda y, presidente del Consejo de Castilla; Pedro Rodríguez de Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla; José Moñino, conde de Floridablanca; Fernando Silva, XII duque de Alba ; Jerónimo Grimaldi, secretario de Estado; Juan Gregorio de Muniain, ministro de Guerra; Miguel de Múzquiz, ministro de Hacienda; Bernardo Tanucci, ministro del Reino de Nápoles y asesor de Carlos III; Joaquín Deleta (padre Osma), confesor franciscano de Carlos III.
- Guerra guaranítica. En Paraguay los jesuitas fueron acusados de organizar la resistencia indígena contra el Tratado de Madrid de 1750, el cual contemplaba la transferencia a Portugal de un territorio con siete misiones. En Lisboa hubo una relación directa entre lo sucedido en el Río de la Plata y el golpe propinado a la Compañía en ese país.
- Poder acumulado y prestigio intelectual de la Compañía de Jesús. Para la Orden, las propiedades eran un medio para conseguir objetivos espirituales y educativos y no un fin en sí mismas. Para los laicos, los jesuitas se habían convertido en demasiado poderosos y mundanos; para el resto de los eclesiásticos, en demasiado arrogantes y exitosos.
- Rivalidad con otras ordenes religiosas y el clero. Los prelados se adhirieron en bloque a la campaña antijesuita, no tanto por profesar a la Compañía una antipatía sincera sino por obtener el favor real y no ser tachados de deslealtad. La preponderancia de los jesuitas en los estudios superiores les había enemistado con franciscanos y dominicos, competidores directos con quienes compartían idénticos privilegios papales. Al contrario de lo ocurrido en Francia, donde la mayor parte de los prelados fueron partidarios de los jesuitas, en España las únicas voces episcopales que salieron en su defensa fueron las del arzobispo de Toledo Luis Fernández de Córdova, el obispo de Cuenca Isidro Carvajal y Lancaster y el obispo de Teruel Rodríguez Chico. A consecuencia de ello, los tres sufrieron un proceso por desacato al monarca, siendo desterrados de los Reales Sitios o experimentando algo similar al arresto domiciliario.
- Precedente en Portugal y Francia, habiendo sido expulsados en 1759 y 1765 respectivamente.
- El motín de Esquilache fue un pretexto.
El detonante que puso en marcha la idea de expulsión en las Coronas católicas, debe buscarse en América y especialmente en una zona extensa (la del Paraná) situada entre Paraguay, Argentina y Brasil y denominada Guayrá. Allí los asentamientos mas conocidos fueron los guaraníes. La Compañía de Jesús se instaló en esta zona hacia 1550-1551, siendo el Padre Manuel de Lobrega quien inició la evangelización. En 1565 aparecieron las primeras reducciones de carácter oficial. Se llamaban así porque reunían en lugar a los miembros de dispersas y pequeñas aldeas. En 1609 se fundó la primera misión al norte de Iguazú, y en 1615 existían ya ocho reducciones o poblaciones para indígenas y misioneros con su propia área de influencia. En 1611 se publicó la real orden de protección de las reducciones. El modelo que se seguía, según indicaciones del padre jesuita, Diego Torres, era el utilizado en la misión peruana jesuita de Juli (Perú), fundada en el año 1576, hasta su abandono en el año 1767.
En 1767 había treinta misiones o reducciones en esta región que tenía una población total aproximada de 200.000 indígenas. Los jesuitas fundaron más de 50 reducciones, pero solamente 30 tuvieron futuro cierto, cuya distribución fue de 7 misiones en el territorio actual de Brasil, 8 pueblos en Paraguay y 15 en Argentina. Más de 130 miembros de la Compañía de Jesús perdieron la vida en las junglas, mientras se dedicaban a la evangelización de los indios. Cada misión se componía de 2.000 a 4.000 indios, gobernados conjuntamente por dos o tres jesuitas y los correspondientes caciques indios de los poblados.
Cada reducción contaba con una iglesia y cabildo propio con total autonomía para gobernarse siempre que existiera un representante del rey allí. Se prohibía el acceso a las reducciones a españoles, mestizos y negros, y se garantizaba a los indios que nunca caerían en manos de encomenderos. Sin embargo, pese a estas reales órdenes, no estuvieron libres de las incursiones portuguesas. Entre 1628-1631 los indios capturados por los bandeirantes de la ciudad de Sao Paulo, empresarios que hacían razzias para cazar esclavos, superaron los 60.000.
Ante esta situación, los miembros de la Compañía organizaron estas reducciones con pertrechos claramente defensivos, con planta cuadrada rodeada de empalizadas y fosos, con milicias armadas de indios adiestrados y cuerpos de caballería para la defensa, la plaza con su iglesia en el centro, de la que partían todas las calles. El ejército guaraní creado en el interior de las reducciones se transformó con el tiempo en la fuerza más importante al servicio de la Corona Española en toda la región del Río de la Plata y Paraguay. Los jesuitas fueron los responsables de organizar un ejercito de indios al estilo español con sus diferentes compañías convirtiéndolos en los soldados del Rey de España. La Corona española, ya en 1642, había autorizado excepcionalmente a estos pueblos indígenas a utilizar armas de fuego para su defensa.
En 1649 las milicias guaraníes adquirieron un nuevo estatus, gracias a las negociaciones alcanzadas por el padre Antonio Ruiz de Montoya con el Virrey Castelfuerte. A partir de entonces se convirtieron en un ejército al servicio de la Corona y los guaraníes debían asegurar la defensa de un vasto territorio. que abarcaba la gobernación del Paraguay y del Río de la Plata. Repartidas entre las diferentes reducciones, se convirtieron en la fuerza militar mas importante al servicio de la Corona en defensa de las ciudades de Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Asunción.
La organización misionera no sólo se limitaba a tareas doctrinales, sino que organizaba la vida económica y política fundada en la sólida preparación de los jesuitas que iban allí, ya que poseían grandes conocimientos prácticos en arquitectura, medicina, ingeniería, artesanía…etc.
Los jesuitas respetaban la organización familiar de los indígenas. Su lucha se centró principalmente contra la poligamia. Respetaban a los caciques y les daban acceso al cabildo de la reducción, que era la institución de gobierno con sus alcaldes mayores, oidores, etc. Este consejo se elegía por votación, entre los recomendados por los salientes. Uno de los miembros del cabildo era jesuita. También había un corregidor, nombrado por el Consejo de Indias.
La tierra de Dios como la llamaban la conformaban las mejores tierras, tanto agrícolas como ganaderas, y era trabajada por turnos por todos los indios. Los beneficios de esta tierra de Dios se dedicaban a la construcción y al mantenimiento del templo, el hospital y la escuela. Los beneficios de la propiedad comunal también se destinaban para pagar a la Real Hacienda y los excedentes servían para fomentar la propia economía. Los jesuitas propusieron un horario de trabajo estable, de seis horas laborables diarias.
Se recogían hasta cuatro cosechas de maíz; también cultivaban algodón y caña de azúcar; asimismo cultivaban la hierba mate que se llegó a convertir desde principios del siglo XVIII en el primer producto exportable hacia el resto de las áreas virreinales. También desarrollaron la ganadería, permitiendo la realización de trabajos artesanales (sobre todo, el cuero y su exportación). Todos estos factores favorables impulsaron el comercio de las reducciones a través de las grandes vías fluviales de la región.
Dentro de las reducciones no existía la moneda, practicándose el trueque. Si se utilizaba en el comercio exterior para comprar los artículos que no se producían en la misión. Ello les servía para proveerse de bienes de subsistencia, para poder preservar a los indios de la explotación de españoles o portugueses y para poder instruirlos según la doctrina católica.
Con su gran desarrollo, las reducciones guaraníes se transformaron en fuertes competidoras de las ciudades cercanas como Asunción o Buenos Aires. En éstas, comenzó el malestar y el mito de las grandes riquezas atesoradas en las misiones
La situación estratégica de las misiones jesuitas en el Río de la Plata, lindando con la frontera entre los dominios de Portugal y España fue una de las causas del conflicto que se iba a producir. Años antes, Felipe V las había apoyado porque eran una barrera eficaz contra el avance portugués hacia el sur. Pero los continuos choques entre España y Portugal llegaron a un punto, en que se planteó la necesidad de concretar los límites entre ambos países en dicha región.
En 1750 se firmó entre ambos países el Tratado de Madrid, a pesar de que se conocía que las misiones serían un obstáculo. Entre otros puntos, el Tratado estableció que Portugal devolviera a España la ciudad de Sacramento a cambio del territorio situado al oriente del río Uruguay (en rosa en el mapa), donde había siete reducciones en torno al rio Ibicuy con más de 30.000 indios (San Francisco de Borja, San Nicolás, San Luis, San Lorenzo, San Miguel, San Juan y Santo Ángel).
El tratado era ignominioso, ya que España cedía territorios que le pertenecían (las misiones al este del río Uruguay) por otro territorio (la ciudad de Colonia) que también se encontraba dentro de su jurisdicción.
Los jesuitas mostraron su desacuerdo, aunque finalmente cedieron e intentaron convencer a la población indígena de que acataran la ley; pero las poblaciones de las misiones afectadas, que quedaban en manos de Portugal, se negaron a ser súbditos de esa corona, expresamente los pueblos de habla guaraní, y declararon en el parlamento de Santa Tecla que querían mantenerse dentro del área hispana.
El problema era que, mientras en la Corona española los indios eran vasallos libres del rey, en la Corona portuguesa se los podía esclavizar. Ante esto, España ofreció a los guaraníes trasladarse a la zona española, pero se negaron rotundamente a abandonar sus tierras y no lo hicieron. Esto fue entendido como un incumplimiento del tratado y, por eso, una deshonra para la Corona española. Se responsabilizó a la Compañía de Jesús de la negativa de los guaraníes. Pese a las intensas negociaciones, se desató la guerra guaranítica. Los indios armados enfrentaron a los ejércitos de las dos coronas con la no demostrada anuencia y participación de algunos jesuitas locales (según cartas de 1759 y 1760 del gobernador de la provincia del Río de la Plata, teniente general D. Pedro Cevallos), quienes según la acusación, desobedecerían a su Padre General que les ordenaba acatar las disposiciones regias. Este es el tema de la muy conocida película La Misión, de 1986.
Los españoles se consideraron obligados a cumplir las estipulaciones del tratado con el país vecino y las tropas portuguesas por un lado y las españolas por otro derrotaron a los indios. La guerra no finalizó hasta 1756. Tras ella, las misiones no volverían a recuperarse, aunque el territorio no pasó por el momento a poder de Portugal y tampoco la ciudad de Sacramento a España, por no ponerse de acuerdo en los límites y por cambios en las alianzas, lo haría en tratados posteriores. Una guerra inútil.
Enterado y entristecido Fernando VI de la cruenta lucha, dejó en suspenso el cumplimiento del tratado, y su sucesor, Carlos III, lo anuló definitivamente en febrero de 1761. La Colonia del Sacramento siguió en poder de Portugal y España recuperó los territorios que había cedido en el Convenio. Años mas tarde, la guerra con Portugal en 1801 hizo que los portugueses se apoderasen de los siete pueblos, que nunca más volvieron al dominio de España.

Los jesuitas fueron investigados por instigar a los guaraníes a la guerra. Once de ellos fueron acusados de conjuración y traición contra el rey y fueron deportados a España. Aunque Carlos III los exculpó de la acusación de la instigación, su imagen quedó muy deteriorada porque la investigación dijo demostrar que habían respaldado la rebelión y, algunos de ellos, habían dirigido el levantamiento.
A consecuencia de ello, en Portugal, el marqués de Pombal Sebastián José de Carvalho e Mello, enciclopedista radical y enemigo declarado de los jesuitas, esgrimiendo un pretexto espurio, logró primero mediante un real decreto de 19 de enero de 1759, confiscar todos los bienes de la Compañía de los dominios de Portugal en Europa, Asia y América, y encarcelar a sus miembros, y un año mas tarde decretar su expulsión. Salieron en embarcaciones con rumbo a los Estados Pontificios. Los jesuitas españoles enviaron dinero a Roma para ayudar a sus correligionarios portugueses.
La repercusión llegó hasta Francia, cuando en abril de 1762 el Parlamento de París dictó una serie de decretos por los que se clausuraban todas las escuelas que los jesuitas tenían en su jurisdicción territorial y se decretó el secuestro de los bienes de la Orden. Unos meses más tarde, en agosto de ese mismo año, el mismo Parlamento de París tomó una serie de decisiones que destruían en la práctica la Compañía de Jesús en Francia. Fue considerada «perversa, destructora de todos los principios religiosos e incluso de la honestidad, injuriosa para la moralidad cristiana, perniciosa para la sociedad civil, sediciosa, hostil a los derechos de la nación y del poder del rey«. El Parlamento se declaraba contra la moral laxista y el tiranicidio. Finalmente, el Parlamento de París decretó, en febrero de 1764, el destierro de los jesuitas de su jurisdicción y su ejemplo lo siguieron poco tiempo después otros como Rouen, Pau y Toulouse. Así, la Compañía de Jesús era expulsada de Francia, en un paso más para reforzar una monarquía basada en el derecho divino.
En Indias, las competencias en materia educativa de los jesuitas eran subsidiarias, donde el Estado no llegaba. Hubiera sido mas práctico y desde luego mas inteligente establecer un contacto al mas alto nivel para limar y solucionar las diferencias. No hay noticias de que se pensara en ello o de que alguno de los ministros lo intentara. Cierto es que no se «llevaba» por aquel entonces llegar a acuerdos, pero no se calculó las desastrosas consecuencias que iba a tener en América, o había mucha soberbia. De ahí se deduce que el asunto venía de lejos y estaba muy enquistado. El motín de Esquilache había sido solo una excusa.
El operativo de expulsión fue altamente eficaz, digno de mejor causa. Se enviaron, unas instrucciones en un sobre aparte y lacrado acerca de cómo llevarlo a cabo. Éste debía ser abierto el día anterior a la ejecución. Todo debía ocurrir en el máximo secreto e impidiendo la comunicación de los jesuitas entre sí. Los colegios debían ser rodeados por tropas, los funcionarios reales reunirían a la comunidad para leerles la real pragmática y comunicarles que se ejecutaba la expulsión de manera inmediata. Serían trasladados a barcos dispuestos para ese fin en el puerto más cercano, acompañados de tropas reales. Pudieron recoger sus pertenencias personales, pero los documentos, libros de cuentas, joyas, las bibliotecas, fueron inventariadas e incautadas. Los procuradores debían quedarse dos meses más para dar cuenta de la administración de los bienes confiscados. A los novicios, por no haber hecho aún votos perpetuos, se les dio la oportunidad de incorporarse al clero secular. Los jesuitas que estuviesen enfermos podían quedarse y ser atendidos por médicos, pero fueron retenidos con el fin de ser enviados al exilio posteriormente. En muchos lugares la medida se ejecutó de noche, mientras las comunidades dormían. Sus habitantes fueron trasladados a los refectorios y allí se les leyó la real pragmática; posteriormente juntaron sus objetos personales y de inmediato se inició el viaje a los puertos.
Cuando se lee el relato de lo sucedido en cada lugar, se queda uno abrumado y desolado, la tristeza invade el corazón. Dicen las crónicas que algunos soldados estaban avergonzados. Tratados como enemigos peligrosos, aquellos hombres que pensaban que hacían lo correcto, con mucho sacrificio en la mayor parte de ellos, que notaban el cariño y el agradecimiento de las personas a las que se dedicaban, sufrieron de la noche a la mañana una situación incomprensible e injusta que soportaron con una entereza y un respeto ejemplar. Ellos pensaban que servían a Dios y a la Monarquía Católica y desconocían que habían hecho mal.
El impacto social de la medida fue mayúsculo. Se expulsaba a los hijos de las familias más encumbradas socialmente, quienes además tenían a cargo los colegios donde estudiaban los hijos de las elites. Se prescindía de un capital humano de primer nivel, la formación de un jesuita se prolongaba durante catorce años y hasta los 32 o 33 años no alcanzaban el sacerdocio en el mejor de los casos. En esos años adquirían sólidos conocimientos de derecho, filosofía, teología, lenguas, matemáticas, ingeniería, pedagogía, magisterio y las artes entre las que destacaba la música. En algunas ciudades, como Guadalajara (México) o Cusco (Perú) la población se rebeló y enfrentó a las tropas reales, sin éxito y en casi todos los lugares las muestras de pena e incomprensión fueron abrumadoras.
La unidad administrativa regional de la Orden era la provincia encabezada por un provincial. Había seis en Indias:
- Nueva España (México, América Central y Cuba)
- Nueva Granada (Colombia y Venezuela)
- Quito (Ecuador)
- Perú (Perú y parte de Bolivia)
- Chile
- Paracuaria (Región del Río de la Plata y partes de Bolivia).
La Provincia de la Nueva España era la que tenía el mayor número de jesuitas, en segundo lugar Paracuaria, que reflejaba su importancia como frontera misional.
En la Nueva España fueron más de quinientos los miembros de la Compañía que salieron, de ellos, unos ciento veinte eran maestros y profesores, lo que significó la pérdida del mayor y más prestigioso grupo de educadores. En el lapso de un año todos ellos partieron desde el puerto de Veracruz. Después de estancias transitorias en Cuba, en El Puerto de Santa María, en la bahía de Cádiz y en la isla de Córcega, se establecieron en los Estados Pontificios. En 1767, la Provincia de Nueva España contaba con 678 jesuitas (68.4% nacidos en América, 22.6% nacidos en la Península Ibérica y 9% fueron calificados como extranjeros).
La Compañía tenía escuelas primarias en Mérida, Oaxaca, Querétaro, San Luis Potosí, Puebla, Tepotzotlán, Guanajuato, Veracruz, Chiapas, Durango, Campeche, Zacatecas, Parral, Celaya, Chihuahua y en los tres colegios para indios de México, Pátzcuaro y Puebla.
También en 1767 era el principal patrono de las escuelas y colegios del nivel medio del sistema educativo en las ciudades de México, Puebla, Guadalajara, Mérida, Querétaro, Oaxaca, Durango, Zacatecas, Pátzcuaro, Valladolid, Tepotzotlán, Chiapas, Celaya, Guanajuato, Veracruz, San Luis Potosí, San Luis de la Paz, Parral, León, Chihuahua y Campeche.
Además contaban con colegios que impartían estudios de carácter universitario en filosofía y teología, reconocidos y convalidados por la Universidad de México, en las ciudades de México, Puebla, Guadalajara y Mérida
El decreto para su expulsión causó primero sorpresa y después protestas e incluso resistencias en la población civil. En previsión del descontento que podía ocasionar tal medida, la orden se distribuyó a las autoridades españolas en secreto. Así, en Pátzcuaro, Guanajuato, San Luis de la Paz y San Luis Potosí los habitantes, muchos de ellos indios, intentaron impedir la marcha de los jesuitas, movimientos que fueron duramente reprimidos por el visitador José de Gálvez.
El intento de reutilizar los bienes incautados a los jesuitas en el sistema educativo general no fue eficaz, puesto que se reabrieron pocos de los colegios cerrados y se aplicó sólo una parte de los fondos a los seminarios diocesanos; en buena medida se produjo una descapitalización de la educación novohispana reduciendo las posibilidades de recuperar el nivel del sistema educativo.
En Centroamérica, los catorce miembros que conformaban las dos comunidades jesuitas de Guatemala fueron conducidos al Golfo Dulce en 1767 y embarcados en la fragata Thetis hasta La Habana y de allí al Puerto de Santa María (Cádiz). Los nueve del colegio de Panamá salieron el 28 de agosto por el camino de Cruces y Chagres hacia Portobelo, donde se embarcaron hacia Cartagena y el Puerto de Santa María.
En Nueva Granada fue ejecutada la orden de expulsión el 1 de agosto de 1767 y el número de expulsados se estima en más de 228 jesuitas, de los cuales 27 se encontraban en la Provincia de Venezuela .
El 7 de julio de 1767 recibió la documentación el virrey Pedro Messía de la Cerda, causándole en su ánimo una honda impresión. Señaló entonces el 1 de agosto como fecha de ejecución de la orden en Santa Fe de Bogotá, Pamplona, Tunja, Honda, Antioquia, Popayán, Pasto, Buga, Mérida y Maracaibo. En Cartagena de Indias y Mompox se había adelantado al 15 de julio. El 21 de agosto lo fue en Santiago de las Atalaya y las Misiones de Casanare y Meta. La mayoría fueron llevados a Cartagena de Indias para su embarque con destino a La Habana. Los 39 jesuitas procedentes de Caracas, Pamplona, Mérida, Maracaibo y las Misiones fueron llevados al puerto de La Guaira y embarcados en la fragata La Caraqueña el 7 de marzo de 1768 para llegar a Cádiz el 30 de abril. Los ocho misioneros del Orinoco fueron llevados por este río a la Guayana y desde ahí a la Península.
Los colegios de la Compañía en el virreinato de Nueva Granada educaban a más de seis mil alumnos. Así, en Bogotá se enseñaba en escuelas gratuitas a 250 niños pobres. Según Groot, hacia 1774 en Panamá, Popayán y Quito se habían echado a perder por completo los estudios, desde el extrañamiento de los jesuitas, fundadores de los únicos colegios que allí existían.
El retroceso en Quito fue especialmente notable, cerrándose universidades, colegios y escuelas, decayendo la cultura; se perdieron muchos tesoros artísticos de las iglesias; se paralizó la obra de las misiones y se deterioraron la agricultura y la ganadería.
En el Virreinato del Perú, los documentos de expulsión llegaron al palacio virreinal conducidos por un oficial procedente de Buenos Aires el día 20 de agosto de 1767 a las 10 de la mañana. El paquete lacrado fue revisado personalmente por el virrey Manuel de Amat y Junyent. Enterado de su contenido, Amat fijó para la ejecución de la real orden el 8 de septiembre. Con gran secreto convocó a quienes debían participar en el operativo, de modo que en Lima no trascendió nada de lo que iba a ocurrir. Había «gravísimas penas» señaladas para quienes lo revelasen. Como habrían de intervenir tropas de la milicia, el virrey hizo servir una cena especial en palacio con ocasión de la fiesta de Nuestra Señora de Montserrat y allí las entretuvo hasta el amanecer del 9 de septiembre. A eso de las 2 de la madrugada, Amat distribuyó las comisiones para la ocupación de los cuatro edificios de la Compañía en la capital. Estos eran el Colegio Máximo de San Pablo, el Noviciado de San Antonio Abad, la Casa Profesa de los Desamparados y el Colegio del Cercado. El total de las tropas ascendía a más de setecientos hombres. Tan férreo aparato policial no se había visto nunca antes en Lima. También se encargó en esa misma fecha de la ejecución del decreto en el resto de las casas de la Audiencia de Lima: Callao, Cusco, Arequipa, Trujillo, Ica, Huamanga, Pisco y Moquegua.
El presidente de la Audiencia de Charcas, Victorino Martínez de Tineo, fue el encargado de ejecutar el decreto en las casas de Chuquisaca, Potosí, La Paz, Juli, Oruro, Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra y misiones de Mojos (de la provincia jesuita del Perú) y en la de Tarija y misiones de Chiquitos (de la del Paraguay).
Entre octubre 1767 y julio 1769, los expulsados partieron hacia el Puerto de Santa María (España), unos por vía de Cabo de Hornos y otros por el istmo de Panamá.
El 29 de octubre de1767, el primer grupo de desterrados, 181 jesuitas, entre sacerdotes, estudiantes y coadjutores, se embarcaron en el navío El Peruano. La primera etapa duró 32 días hasta Valparaíso, donde subieron al barco 24 jesuitas de Chile.
El segundo grupo salió del Callao el 15 de diciembre de 1767 en la Balandra de Otaegui, pero el navío siguió esta vez la ruta de Panamá, atravesaron el istmo y se dirigieron a Cartagena de Indias. De allí a La Habana, continuando el penoso viaje, para concluir en Cádiz el 23 de noviembre de 1768; 92 días había durado la travesía de este tramo atlántico.
A las dos anteriores expediciones se sumaron otras dos: una con 120 jesuitas, que salió del Callao en el navío Santa Bárbara el 26 de marzo de 1768. La otra, el 24 de abril, a bordo de El Prusiano, que zarpó del Callao tomando la peligrosa y pesada ruta del Cabo de Hornos, con ochenta jesuitas de la provincia del Perú. La mayor parte de los exiliados fueron a parar a los Estados Pontificios. Los españoles y criollos fueron enviados a Ferrara, lugar asignado a la provincia del Perú, y los demás, a sus respectivas provincias.
Acogiéndose a las promesas del gobierno español de permitir el regreso a sus países de origen a los que salieran de la Compañía de Jesús, abandonaron ésta 91 sacerdotes, 43 escolares y 28 hermanos de la provincia del Perú, casi todos criollos. En el momento de la supresión de la Compañía en 1773, los jesuitas de la provincia del Perú eran aún 99 sacerdotes y 39 hermanos.
Catálogo de centros y jesuitas de la Provincia del Perú en 1767 (Vargas Ugarte):
— Colegio de Arequipa: diecisiete padres y cuatro hermanos
— Colegio de Bellavista: seis padres y cuatro hermanos
— Colegio de Cochabamba: seis padres y dos hermanos
— Colegio Máximo de la Transfiguración del Cuzco: diecisiete padres y veintidós hermanos estudiantes Noviciado del Cuzco: Padre Rector, padre procurador, novicio escolar y novicio coadjutor
— Real Seminario de Nobles de San Bernardo del Cuzco: el Padre Rector
— Colegio de Caciques de San Francisco de Borja de Cuzco: tres padres, entre ellos el Rector y el procurador
— Real Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca y Colegio de San Juan Bautista: diez padres, el Rector, catedráticos, lectores y nueve hermanos estudiantes
— Colegio de Huamanga: diez padres el Rector entre ellos y dos hermanos
— Colegio de Huancavelica: seis padres el Rector y un hermano
— Colegio de Ica: trece padres el Rector y once hermanos
— Residencia de Juli: seis padres el superior
— Colegio de la Paz: once padres el Rector y seis hermanos
— Colegio Máximo de San Pablo de Lima: treinta y nueve padres, el Rector, cuarenta y cinco hermanos estudiantes y treinta y cuatro hermanos coadjutores.
— Casa de Probación de San Antonio Abad de Lima: seis padres
—el Rector, siete estudiantes, trece novicios, cinco coadjutores y nueve novicios coadjutores
— Casa Profesa de Nuestra Señora de los Desamparados: diez padres y nueve hermanos
— Colegio de Santiago del Cercado y Casa de Tercera Probación: catorce padres el rector y siete hermanos
— Colegio Real de San Martín, Universitario: cinco padres, el Rector entre ellos y dos hermanos
— Colegio de Moquegua: seis padres , el Rector y dos hermanos
— Colegio de Oruro: seis padres ,el Rector y tres hermanos
— Colegio de Pisco: cuatro padres, el Rector y ocho hermanos
— Colegio de Potosí: siete padres, el Rector y tres hermanos
— Residencia de Santa Cruz de la Sierra: nueve padres superior, cuatro misioneros en Mojos y dos hermanos
— Colegio de Trujillo: ocho padres, el Rector y cinco hermanos
Tres fueron los colegios mayores que la Compañía regentó en el Virreinato del Perú, correspondientes a las tres ciudades universitarias en las que tuvo responsabilidades docentes: el Colegio Mayor de San Martín en Lima, el Colegio de San Bernardo en Cuzco y el Colegio de San Juan Bautista en Chuquisaca.
En el Río de la Plata el gobernador Francisco de Paula Bucarelli fue el hombre escogido para esa empresa. Con gran aparato de armas, aunque por medio de subalternos, la ejecutó en Buenos Aires el 3 de julio de 1767, en Montevideo el día 6, en Córdoba el día 12, al día siguiente en Santa Fe, el día 26 en Corrientes, y el día 3 en Asunción, para referirnos solo a localidades que pertenecían al gobierno de Buenos Aires.
Bucareli recibió la ley el 7 de Junio con el encargo de transmitirla al Gobernador de Chile, el Presidente de la Audiencia de Charcas y el Virrey del Perú.
En la ciudad de Buenos Aires la expulsión afectó al Colegio Grande de San Ignacio con 36 jesuitas y a la casa de ejercicios con ocho. En el resto de la provincia: dos en Areco, cuatro en Montevideo, doce en Santa Fe, 133 en Córdoba, quince en Asunción, doce en Tarija y otros doce en zonas rurales; en total 234.
El envío de los últimos jesuitas, 78 religiosos que había en las Misiones, distribuidos en treinta pueblos fueron despachados río abajo el 22 de Agosto.
La Compañía de Jesús tenía escuelas vinculadas a colegios de segunda enseñanza o independientes en casi todas las ciudades argentinas, paraguayas y uruguayas. Así, existían en Buenos Ares, Corrientes, Santa Fe, Tarija, Catamarca, Rioja, Asunción, Montevideo, San Luis, San Juan, Mendoza, Tucumán, Córdoba y Santiago del Estero. La primera que se fundó en territorio argentino fue la de Santa Fe, en 1610. La última de todas ellas fue la de Montevideo, abierta en 1746.
En Chile la expulsión se ejecutó el 26 de agosto de 1767. Durante la madrugada de ese día, en cada ciudad y rincón del reino, los soldados rodearon los colegios y casas de la Orden y los jesuitas quedaron recluidos en su interior, a la espera de un pronto viaje obligado a los distintos puertos, para ser luego embarcados y trasladados a El Callao, y desde ahí a Ímola (Italia). En Santiago, el cuerpo de Dragones de la Reina acordonó el Colegio Máximo de San Miguel; los sacerdotes fueron reunidos en el interior de la iglesia y fueron confiscadas sus pertenencias, sus ropas y sus bibliotecas; fueron obligados a permanecer confinados allí, en una prisión ordenada por el rey.
A los pocos días, todos fueron llevados al puerto de Valparaíso, y allí, desterrados de sus familiares, amigos y conocidos esperaron el zarpe.
Valparaíso se convirtió en el centro principal de concentración, desde allí 24 jesuitas fueron embarcados directamente a España, en el navío “El Peruano”, llegando a Cádiz el 30 de abril de 1768.
Mientras, los de Mendoza, San Juan y San Luis fueron enviados a Buenos Aires, los demás fueron conducidos desde Valparaíso hasta el puerto del Callao en Perú, donde llegaron en distintos barcos, algunos con notable demora entre los meses de marzo y julio de 1768.
Del Callao se los transportó en distintas naves hasta el Puerto de Santa María, unos por la ruta del Cabo de Hornos, otros por la vía de Panamá. El P. Xavier Baras que había llegado con una expedición de 20 jesuitas jóvenes a Chile, tuvo que volver de Buenos Aires a Europa con sus 20 alumnos.
En total fueron 360 los jesuitas expulsados de Chile, de los cuales 11 eran novicios, 40 estudiantes, 76 hermanos coadjutores y 233 padres, más los 20 que había llevado desde España el padre Baras. De ellos, diez fallecieron en Chile antes de la deportación, otros trece fallecieron durante el viaje, nueve desaparecieron probablemente huidos, tres se quedaron en Lima por grave enfermedad y uno se quedó cuatro años más, era el el Hermano José Zeitler de origen bávaro que debió permanecer por la dificultad de encontrarle reemplazante en el cargo de boticario del Colegio Máximo en Santiago; saldría del país el 22 de octubre de 1771, llegando al puerto de Santa María el 17 de junio del año siguiente.
En Filipinas fueron 154 los jesuitas expulsados, la mayoría fueron reunidos en el Colegio Máximo de Manila. Las órdenes reales salieron de España hacia Filipinas el día 6 de marzo de 1767, es decir casi un mes antes de su publicación. La expedición de los documentos se llevó utilizando dos rutas: la del Cabo de Buena Esperanza, y por la ruta de Nueva España hacia Filipinas. Fue el galeón Sinaloa, que salió de Acapulco, quien llegó en primer lugar, el día 17 de mayo de 1768, entregándose la documentación urgentemente al Gobernador, D. José Raón.
A partir de entonces se preparó el traslado de los padres. Los primeros 64 jesuitas se embarcaron en el galeón San Carlos Borromeo que salió del puerto de Cavite el día 3 de agosto de 1768. Pero durante una formidable tormenta desarrollada en los primeros días de septiembre, la nave estuvo a punto de naufragar, quedando tan maltrecha que el capitán tomó la decisión de volver a Filipinas. El Provincial, P. Juan Silverio Prieto y el P. Baltasar Vela, murieron antes de llegar a Cavite el día 22 de octubre.
Hasta el día uno de agosto del siguiente año, ya en 1769, no salió de Cavite la primera barcada de veintiún jesuitas hacia México, en el reparado galeón San Carlos, que llegó a Acapulco el día de Navidad. No pudieron partir, hacia Cuba, desde Veracruz, hasta el mes de abril de 1770, donde se juntaron con gran cantidad de hermanos jesuitas que se iban reuniendo procedentes de diferentes partes de Indias. Después de muchas penalidades lograron llegar vivos al Puerto de Santa María el día 31 de julio del mismo año.
Otra nave, la Venus, con 24 padres, salió de Cavite, por la ruta del Cabo de Buena Esperanza, el día 19 de enero de 1770, y la Santa Rosa, con 68 jesuitas, salió el día 23 del mismo mes siguiendo la misma ruta. Ambas naves llegaron a Cádiz el día 10 de agosto. En enero de 1771, salieron de Manila, en la nave Astrea, ocho jesuitas más que habían quedado recuperándose de sus enfermedades; llegaron al Puerto de Santa María el día 2 de agosto. Solo quedaron siete padres enfermos en Manila por la imposibilidad de emprender viajes tan duros y peligrosos.
En la isla de la Española se ejecutó la orden de expulsión en Santo Domingo a los ocho jesuitas de la isla, el 25 de junio de 1767 .
En la isla de Cuba, la llegada a La Habana de la embarcación que portaba los pliegos desde La Coruña, se produjo en las primeras horas de la mañana del día 14 de mayo de 1767 y fueron entregados a José Antonio de Armona y Murga, responsable de la Administración General de Correos de La Habana y del sistema de correos marítimos para América. Fue el encargado de distribuir los pliegos al capitán general de la Isla, Antonio María Bucarelli y Ursúa, el mismo 14 de mayo, y en los días siguientes se despacharon diecisiete correos hacia el resto de regiones españolas de Indias, excepto a Santo Domingo. Un mes después, el 15 de mayo, será testigo presencial de la ocupación del colegio jesuita de La Habana y del posterior envío de los religiosos a Europa.
Los 16 religiosos residentes en los dos colegios situados en La Habana y Puerto Príncipe acogieron de forma obediente la ordenanza gubernamental. La Habana fue el centro de recepción, conexión y embarque de la mayoría de los jesuitas expulsados del continente americano con destino a Cádiz (España), entre 1767 y 1770. En total, pasaron por la villa aproximadamente más de 1.000 religiosos, de los cuales algunos encontraron la muerte en la ciudad y fueron sepultados en la Convalecencia de Belén. Otros, murieron como víctimas de las inclemencias del océano o la mala alimentación durante el largo viaje, que duraba entre tres y cuatro meses, a suelo peninsular.
En el Puerto de Santa María, se juntaron casi todos los misioneros de América, pero en el mar habían muerto durante la travesía unos 500 jesuitas del total de 2.276 expatriados de América según los catálogos oficiales, lo que supone un 20 por 100 de todos los misioneros que había en Indias.
Consecuencias en América
En el imperio español el ruido que causará la expulsión de 1767 será ensordecedor, los aparentes modestos números de expulsados contrastaban con la magnitud de la organización. La expulsión fue una cuestión de poder.
En el campo de la educación, se privó de profesores a más de un centenar de colegios. Se creó un vacío pedagógico difícil de solucionar a corto plazo, con graves consecuencias. Se produjo una pérdida en el nivel cultural por la sustitución del sistema, y el área de la investigación lo sintió muy notablemente, tanto en el campo de las Humanidades como en el de las Ciencias. España no podía permitirse el lujo de desprenderse de tales figuras.
También produjo efectos negativos en el sector político, moral y económico. En el aspecto político el Rey perdió un buen aliado contra la causa de las futuras independencias. En el orden moral el pueblo tomó conciencia de lo injusto de la medida con el consiguiente desprestigio para el poder real. En cuanto a lo económico, la producción y el desarrollo del comercio sufrieron una paralización.
En el plano territorial, los portugueses de Brasil fueron los grandes beneficiados, aprovecharon el vacío de la región de las misiones para tomar el territorio y avanzar hacia el oeste hasta llegar a Quito. Hasta ese momento cuantas veces lo habían intentado, por el Marañón, Paraná y Uruguay, otras tantas salieron derrotados por los guaraníes de las misiones jesuitas.
En las zonas de las misiones se produjo el saqueo de las propiedades y los terratenientes locales se apropiaron del ganado y las tierras de siembra.
Conclusiones
Fueron expulsados entre 5.000 y 6.000 jesuitas del territorio de la Monarquía Hispánica, de los cuales más de 2.7oo salieron de la Península e islas Baleares y Canarias y mas de 2.600 desde América y Filipinas.
El extrañamiento fue una experiencia física y psíquica demoledora. La consideración de reos de lesa majestad hirió profundamente su dignidad. Los religiosos sufrieron una progresiva debilitación emocional. Soportaron travesías oceánicas salpicadas de contratiempos (tormentas, naufragios, ataque de piratas, etc.). El miedo al mar, al que algunos se enfrentaron por primera vez en su vida, se sumó a la angustia de ver morir a tantos hermanos.
Para Guido E. Mazzeo: «Rara vez en el transcurso de la historia se ha visto obligado un grupo tan grande de insignes eruditos, críticos y profesores a emprender un éxodo de la magnitud del que tuvo lugar en 1767 y años siguientes, como resultado del decreto real”.
Expulsados los jesuitas, en la Universidad fue impuesta la doctrina del “derecho divino de los reyes”, en la que el pueblo no podía levantarse contra el Rey porque ir contra el rey era ir contra Dios. Todo lo contrario que defendían los jesuitas, su gran filósofo Francisco Suarez decía que, si bien la soberanía era de origen divino, de Dios derivaba en el pueblo, y era el pueblo el que delegaba este mismo poder en el monarca.
Finalmente, el Papa Pío VII el 7 de agosto de 1814 restauró la Compañía de Jesús, pero el daño estaba hecho, la mayoría de los expulsados había muerto. Los jesuitas volvieron en el siglo XIX a los lugares de donde habían sido expulsados, pero no recuperaron los bienes expropiados. Y la América española en plena guerra civil ya estaba en camino de la disgregación.
Pablo VI describió a los jesuitas de la siguiente manera en 1975: «Donde quiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles o de primera línea, ha habido o hay confrontaciones: en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y mensaje cristiano allí han estado y están los jesuitas».
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Fuentes consultadas
Los jesuitas expulsados de Chile /1767-1839), sus itinerarios y sus pensamientos. Johannes Meier
La Provincia jesuita de Nueva España. Criollismo e identidad. María Cristina Torales Pacheco.


La sombra de la masonería es muy larga.
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